EL EROTISMO: UNA EXPERIENCIA SUBJETIVA PARA EL CUIDADO DE SÍ EN MICHEL FOUCAULT




Usmary Dayana Moreno Romero
LISYL ULA-NURR

El presente trabajo es parte de una investigación en desarrollo que tiene como objeto de estudio el erotismo como sensibilidad trascendente. Se trata de ir sumergiéndonos en la sexualidad desde diversos postulados eróticos para develar el espacio interior del sujeto y así comprender la experiencia intrasubjetiva generada en la compleja red de representaciones simbólicas, partiendo de las significaciones que tiene la sexualidad en el discurso cultural y/o los imaginarios socioculturales influenciados en lo más profundo por las éticas del cristianismo.
La sexualidad ha estado dominada por las éticas que consienten el acto sexual como una necesidad biológica-social, la mera reproducción de la especie, lo que ha causado grandes confusiones en los individuos de las sociedades hasta hoy constituidas bajo esta práctica. Prácticas que se consideran propias de la vida pública y privada del sujeto y que le han desarraigado de su vida interior, concediéndole poca importancia a la misma. Confinado a vivir la vida sexual social establecida por otros, el sujeto comienza a olvidar quién es, y pasa a alojarse en la representación social establecida para ello, la figura de Dios, que define toda una matriz ideológica extemporánea siempre de los contextos y de las circunstancias a la que está sujeto un individuo.
Que el sujeto se olvide de sí, íntimamente, ha implicado una larga historia. Tal vez se ha logrado en algunos sujetos formados culturalmente para ello, pero, en esta diversidad de culturas de las que hoy participamos y en las que cohabitamos  en la unidad que somos, resulta difícil porque las representaciones sociales se ven influenciadas en tal medida que se producen cambios internos en el sujeto, debido a las nuevas identidades que se forman a partir de novedosas prácticas sexuales que irrumpen en el espacio íntimo del sujeto y lo llevan a la confusión, a ubicarse, en algunos momentos, del lado de la diatriba que les dice la iglesia católica sobre qué es la sexualidad y en otros momentos, del lugar donde son libres para sentir el deseo y el placer de su sexualidad sin sentir  remordimientos.
El erotismo permite esto último, el poder disfrutar a plenitud de conciencia de la sexualidad. Paz (1994) y Bataille (1997) nos delinean el espacio interior del sujeto en relación con el erotismo, el cual implica la vivencia acompañada siempre del saber, para mantener el justo equilibrio entre ese mundo interior y el exterior y no confinar al sujeto a su auto destierro en una mal pensada libertad sexual
En esta investigación entenderemos la sexualidad desde la mirada foucaultiana en la que encontramos una concepción teórica sexual asociada con los juegos de poder, con un poder dinámico que cambia de posición gracias a la libertad presente. La intención del trabajo es vincular el erotismo con las teorías sexuales de Foucault, las prácticas del yo sobre el sí y la parresía. 

Erotismo y los juegos de verdad
Foto: Miguel Alfonso Uzcátegui Abreu
Entender el erotismo, implica el despertar de la conciencia sexual, el aturdimiento del pasivo mundo interior del sujeto constreñido desde los tiempos de los griegos y que estalla desbordado de incertidumbres ante el mundo oscuro del cual le habían protegido –su mundo interior-  arropado bajo la representación de un Dios homogéneo que tiene la misión de habitar la vida interior del sujeto para orientar su relación con los otros mediante una ética del convivir alejada de cualquier seducción mundana. Con la ciencia sucede lo mismo, el sujeto debe buscar su adaptabilidad -en la posibilidad instrumentalista de conocer un mundo fragmentado- en constructos teóricos que universalizan el conocimiento y absolutizan verdades incomodas.
He aquí tres juegos de verdades –el mitológico, el científico y el subjetivo- relacionados con los juegos de poder (Foucault, 2003). Es importante entender que los juegos de verdad tienen la posibilidad de ubicarse en diferentes posiciones –centro o periferia-  en relación con el sujeto o los sujetos que lo juegan y en relación con el  poder se excluyen entre ellos sin posibilidad de comunicación, aun existiendo puntos de encuentro, como lo son el sujeto y la ética de existencia. Los juegos son “una combinación de procedimientos para llegar un resultado, que puede ser considerado válido o no, ganador o perdedor de acuerdo a sus principios y normas de procedimiento” (Foucault, 2003:164), de allí es preciso entender que los juegos de verdad son una estructura de existencia que permite describir el mundo por el sujeto, siempre en un estado de alerta con respecto a la influencia de otras verdades que rompen el orden existente en la profundidad de su constitución.
Estos juegos de verdad se relacionan en algunos momentos con los juegos de poder, lo cual depende del lugar desde donde se enuncie su juego. Esto posiciona al poder en una relación no asociativa sino contextual respecto a los juegos de verdad, cuando esa verdad se encuentra en el centro encontramos al poder asociado a ella. El poder para Foucault, son juegos estratégicos de poder sobre el otro. Juegos que tienen la característica de movimiento y una particular resistencia a quedarse a habitar un solo cuerpo, espacio, religión incluso a una cultura, poseen en su constitución, una indeterminación que nace en el lugar más íntimo del sujeto, en el lugar de la sospecha. El poder “es una especie de juego estratégico abierto en que la situación puede revertirse, no es malo. Es parte del amor, la pasión, el placer sexual” (Foucault, 2003:166)
Nos posicionamos en la afirmación del autor, cuando incluye en los juegos de poder la libertad, como condición para manifestarse en los juegos de verdad, solo cuando se es libre se puede acceder a la dinámica de combinación de los juegos de poder. El acceso del sujeto a esos juegos de verdad se hace a través de prácticas coercitivas y ascéticas. Las prácticas coercitivas -que en la visión de Foucault entrarían la psiquiatría, el sistema penitenciario y los juegos teóricos y científicos-  como las que se realizan dentro del cristianismo cuando el sujeto debe erradicar cualquier postura egocentrista y debe mirar con temor los ojos piadosos de Dios como representación única para su existencia. Según esta premisa, para el cristianismo, el acto sexual en el que aparezca el deseo y el placer por otros es pecaminoso, por lo tanto se debe obligar al sujeto a restringir los deseos y placeres sexuales en una práctica constante de salvación. (Foucault, 1990:81) “el cristianismo es una religión de salvación, es una religión confesional. Impone obligaciones muy estrictas de verdad, dogma y canon, más de lo que hacen las religiones paganas”, esta ética exige el conocimiento de sí para develar los pecados, tentaciones, seducciones a la que es frágil y confesarlas a Dios y además dar testimonio de eso. He aquí la génesis de la prohibición.
Foto: Miguel Alfonso Uzcátegui Abreu
En las prácticas ascéticas se realiza un “ejercicio del yo sobre sí mismo, por el que se trata de descubrir, de transformar el propio yo y alcanzar un cierto modo de ser” (Foucault, 2003:145) en donde la ética –que tiene la función orientadora de la existencia– esté desconectada de la norma jurídica.  Es en este juego de verdad donde buscamos cimentar el erotismo para constituirlo en una práctica del cuidado de sí, en una práctica de recuperación del sujeto en cuanto al comportamiento sexual ético que debe generarse en las relaciones placenteras con los otros y poder cuidar al mismo tiempo de los otros sin correr riesgo alguno en abusar del poder. Al respecto Foucault (2003:153):

“si se tiene el conocimiento ontológico de qué es uno, si además se conocen las propias capacidades, lo que significa para uno ser ciudadano de una ciudad, ser jefe en el hogar, del oikos; si se saben cuáles son las cosas que se deben temer, y las cosas que no se deben temer, si se sabe qué debe desearse y qué, por el contrario, debe ser indiferente  a uno, si se sabe finalmente que no debe temerse a la muerte, bueno, entonces no se puede abusar del propio poder sobre los demás”

Foucault cierra cualquier posibilidad de absolutización del cuidado de sí, puesto que esta práctica contempla relacionarse con el poder, pero jamás con la dominación –práctica donde se pierde la libertad por completo– sobre los otros, esto solo pasaría en el descuidado de sí, por lo tanto, el  erotismo como práctica al tener presente las fragmentadas identidades y las confusiones que han desarraigado al sujeto, transita con cuidado en el mundo buscando las causas de la desfragmentación de este.
El erotismo lo entendemos como la conciencia de la sexualidad humana, esto en el sentido en que trastoca el espacio de la sospecha –el espacio interior del sujeto– donde la verdad que orienta su ethos sea derivada de un “trabajo del yo sobre el sí” (Foucault,  2003:151). El erotismo desde el punto de vista de Bataille (1997: 35) “es un desequilibrio en el cual el ser se cuestiona a sí mismo, conscientemente”  y es partir de esa conciencia donde el auto- desarraigo comienza a tener sentido; no hacemos abstracción del erotismo con respecto a los movimientos de éste dentro y fuera del sujeto, el erotismo tiene toda una construcción socio-histórica que heredamos y que nos ha dibujado los linderos de nuestra sexualidad, pero también es cierto, que nuestros movimientos eróticos no son independientes de la voluntad, producimos un desarraigo cuando nos encontramos fuera de la conciencia, y al estar fuera de la conciencia sexual  abandonamos el erotismo y nos ubicamos en el contexto de la sexualidad animal (Bataille)
En Paz (1994:12) encontramos el mismo concepto; para él, “el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora”. El erotismo ubicado en el interior  del sujeto podemos considerarlo un acto intrasubjetivo, que traspasa los límites reproductivos para transformarse en la vida misma, donde la interacción del sujeto consigo mismo es una mirada al mundo desde su interior; desde un interior  que se encuentra deshabitado y separado del cuerpo –que es desde nuestra postura, el espacio de manifestación de la sexualidad humana, un espacio de lo posible donde se  pueden desinhibir las pasiones, los deseos y los placeres sexuales– simbólicamente, por cuanto, esta separación no se manifiesta en el espacio público sino que es vivida y sentida por el sujeto dentro de él.
El espacio interior donde el erotismo impulsa el movimiento del ser, llega a tener relación con lo que se encuentra fuera, en la relación erótica con el otro, no buscamos dejarlo como un mero acto de la conciencia.  El erotismo es también un acto intersubjetivo, es “un fenómeno que se manifiesta dentro de una sociedad y que consiste, esencialmente, en desviar o cambiar el impulso sexual reproductor y transformarlo en una representación” (Paz, 1994: 106), eso es precisamente lo que debe comprender el sujeto para ubicar el erotismo en una experiencia interior, disfrutar de su sexualidad sin estar condicionado a la reproducción, desvanecerse solo en el alcance máximo de sus placeres, en la unión de su cuerpo con el otro -parafraseando al autor- en la unidad de los cuerpos relacionados por sus explosiones eróticas. Este sería el núcleo del erotismo como práctica del yo sobre sí, sería una forma de conocimiento. Esa forma de conocer precisa delimitar la concepción de la sexualidad. Establecemos la sexualidad desde Foucault (2003) quien  la demarca como la conducta sexual entre el deseo y el placer presentes en el acto sexual.
 En los griegos, parafraseando al autor, la conducta sexual privilegiaba los actos sexuales para la reproducción de la humanidad, excluyendo  el deseo y el placer. Esa era la ética que orientaban sus prácticas,  así como las del cristianismo en las que el deseo fue obligado a abandonar los actos sexuales. De modo que, la identidad del sujeto fue sometida a una cultura cuyo horizonte estaría determinado por la razón como verdadera forma de ver el mundo, una visión objetiva de conocimiento que erradicaba toda forma irracional –como es el caso del mito– de conocerlo, el desconocimiento del deseo y los placeres fue un acontecimiento que el pensamiento racional no desaprovechó, sino que fortaleció sus prácticas sobre ello para dar paso a un conocimiento verdadero del mundo.
Con Foucault podemos ver que en los griegos el conocimiento racional o científico era necesario para el cuidado de sí, solo en la medida que se tenía  el conocimiento científico se lograba alcanzar la técnica más adecuada para hacerlo, el significante que posibilitaba esto era la epimeleia heautou, que los griegos significaban como el cuidado del yo. Esta expresión tiene presencia en la cultura helenística, según el autor, desde el siglo III a. C.,  hasta el siglo III d. C., transitando por diferentes culturas, al conocer el mundo se tenía claridad para poder controlar las pasiones, acto que era la forma de existencia con la que consensuaban todas las éticas que orientaban la vida, incluso después de que apareciera el cristianismo con Dios y el Demonio, la idea de controlar las pasiones sedujo la ética que aún impera  en las culturas occidentales.
Esta integración de teoría y práctica nace con la epimeleia heautou, con ella “se describe un tipo de trabajo, una actividad; implica atención, conocimiento y técnica” (Foucault, 2003: 71), pudiera decirse que no solo heredamos la ética del vivir despojados de nosotros mismos, sino que además asumimos sin objeción alguna los barrotes de la contención del erotismo como conciencia sexual del sujeto para pasar a identificarnos con un Dios –en la concepción cristiana– que nos desconoce, nos niega desde lo más real que tenemos, que es nuestro cuerpo sexuado, capacitado para el desbordamiento de las pasiones, y preparado para el deseo y el placer. Un cuerpo sensible a la pasión de la seducción de cualquier discurso por muy ajeno que sea, ya lo vemos en el discurso del Diablo que posee al sujeto y lo hace pecar, es por eso que la seducción es satanizada en cualquier discurso religioso, del mismo modo en que fuimos seducidos para abandonar nuestro mundo interior, siendo esta una forma poderosa de volver a él o de abandonar el discurso religioso. Tomamos el término seducción como artificio que rompe con el orden establecido (Braudillard, 1994). 
El horizonte ético en Foucault (2004) nos brinda otra técnica igualmente poderosa: la parresía. La intención es regresar a la subjetividad a través del hablar franco y no con engaños. Este horizonte posibilita el cuidar las propias conductas, la relación del yo sobre sí y con los otros, donde el logos que actúe y no sea dirigido por un maestro sino por el mismo sujeto; en la parresía, luego de un transitar complejo debido a la confrontación con los juegos de verdad con prácticas coercitivas, se puede decir que “Uno habrá llegado a ser el logos, o el logos podrá llegado a ser uno” (Foucault, 2003: 150). Este entramado ético posibilita la recuperación de la subjetividad, en el sentido de que las prácticas ascéticas  tienen una función:  “curativa y terapéutica y conlleva, a la par, como hemos señalado, el cuidado del y con el lenguaje. Y ello supone el juego de la parresía que permite al sujeto de la enunciación y el sujeto de la conducta se encuentren y, a su modo, coincidan.” (Foucault, 2004: 18)
Según  Foucault (2004) durante la época de los griegos y luego con la aparición del cristianismo, la parresía enfrentó duros momentos con la profecía, la cual determinaba la anticipación o establecía en el contexto de la inmediatez situaciones desconocidas y desconectadas de la circunstancialidad y preparaba al sujeto hacia una certidumbre en el vivir presente, la parresía implica el desarrollo de una práctica, no para prepararse para la siguiente vida o para el futuro, sino para que la vivencia de esa práctica permita concebir la plenitud de la existencia en sincronía con el cuidado de sí. La sabiduría, la técnica y la retórica –sobre todo la aristotélica, que ya conocemos como el arte de persuadir a otros, según Ricoeur (2001) –  eran igualmente más poderosos que la parresía, pero esta termina plantándose  triunfante como “el nexo de unión entre el cuidado de sí y el cuidado de los otros, entre el gobierno de sí y el gobierno de los otros” (Foucault, 2004: 20). 


Es importante tener en cuenta que la constitución del sujeto erótico, se enmarca en la develada intención de ser soberano de sí, del gobierno de sí, y por lo tanto, del gobierno de los otros, en un juego de verdad cifrada en una práctica ascética y relacionada con los juegos de poder, en el sentido que ya antes mencionamos, a saber, poder alejado de toda dominación. Esta constitución del sujeto erótico la ubicamos en la parresía. El sujeto erótico como parresiasta se auto posiciona en el lugar del encuentro erótico con los otros, teniendo plena conciencia de lo que es y de lo que es el otro, respetando y cuidando de sus capacidades en una sensibilidad manifiesta en la que siempre esté presente el reconocimiento de la sensibilidad del otro.
  En este sentido, fijamos en el tránsito hacia la parresía del sujeto erótico “a la cualidad moral, a la actitud moral, al ethos como, por otra parte, el procedimiento técnico, la techné” (Foucault, 2004: 24), es decir, vincular al sujeto erótico con su verdad, a partir del conocimiento de otras verdades, como las que se dan en los juegos de verdad bajo prácticas coercitivas. Ello no para integrar éticas pertenecientes a esas prácticas coercitivas, sino, para ubicar el lugar donde se encuentra inserto y así, conocer a profundidad la esencia de la malla que lo envuelve seductoramente fuera de sí sin darse cuenta, generándole una comodidad que aísla la conciencia y lo deshabilita para desincorporarse de ella.
En la conciencia erótica que plantea Bataille,  podemos hallar dos técnicas en términos foucaultianos, una de las prácticas coercitivas –la prohibición– y otra de las prácticas ascética –la transgresión–. Entre la prohibición y la transgresión existe una paridad oposicional no excluyente, para el autor, existe una complicidad entre la ley y su violación. Todo lo prohibido seduce. Todo lo prohibido da paso a la posibilidad de ser transgredido. Por lo tanto, la prohibición en terreno de Foucault (2003) la develamos como una práctica de dominación, un procedimiento de exclusión que existe en todo discurso, en donde la práctica de libertad es considerada subversiva. El autor reflexiona sobre la prohibición del “no matarás”, la trasgresión sería en consecuencia matar a alguien. Resulta curiosa esta prohibición cuando miramos en la historia y vemos cómo las éticas del cristianismo –desde el año 1223–  específicamente la católica, asesinó a miles de personas durante la inquisición.
En el lenguaje del erotismo, la ética cristiana juega de acuerdo a la prohibición. La prohibición del deseo, de la seducción –utilizada por ellos mismos conocen lo poderosa  que es, así como  el placer - relacionado con la sexualidad, porque el placer representado por  Dios es permitido-  la cual presenta,  al igual que la ciencia, un problema de pertenencia de la verdad absoluta y universal. Así,  el logocentrismo se apoderó de la cultura occidental que impera en todas la sociedades, aún de aquellas con grandes avances tecnológicos.La prohibición como juego de verdad, que dentro del cristianismo constituye una práctica coercitiva predominante en las prácticas del sujeto desde los tiempos de los griegos y que va siendo aventajada por el discurso, juegos teóricos o científicos –convenientemente- lo ha desposeído de sí, le ha arrancado su subjetividad.
La prohibición, se opone a la naturaleza según Bataille, e impide al sujeto rastrear dentro de sí para lograr construir una cartografía simbólica de su sexualidad totalmente comunicada con la dinámica contextual y  con su experiencia de vida. Siendo un procedimiento de exclusión de toda sociedad, Foucault asocia la prohibición con el derecho negado que tiene cualquier sujeto de decirlo todo, sea cuales sean las circunstancias que lo arropan inmovilizando con ello sus movimientos íntimos. La mirada foucaultiana, vincula la prohibición con el deseo y la dominación; qué se prohíbe: el deseo. El deseo del sujeto que desea es indeseado, en el argumento de Coetzee (2007:10) encontramos un análisis morfológico de la palabra “indeseado”, incita a superar la palabra in-deseado (que no se debería desear) por indesea-do y a imaginar un verbo “indesear” al que le atribuye el significado de “refrenar el deseo de X por Y”.
De modo que, el deseo está en una encrucijada del pensamiento, puesto que el deseo al estar dentro de las relaciones de poder, análogo al conocimiento que utiliza la técnica de la confesión cristiana, tiene como acción inmediata prohibir el deseo, erradicarlo del sujeto y sacarlo de él  por ser un pecado (Foucault, 1986). Esto es un acto legítimo de anulación del sujeto.  En la Grecia clásica, según el autor, ningún sujeto estaba obligado a esto, aceptar su negación como sujeto, lo hacían de forma consciente para poder vivir conforme a los otros, era una posibilidad de ganarse el respeto para poder acceder al poder, una vez que haya demostrado la capacidad de inhibir sus impulsos y con ello demostraba la capacidad de estimular el culto a sus acciones por los otros, “un modo de sujeción” (Foucault, 2003:67). Con el cristianismo, las conductas sexuales pasan a ser determinadas por instituciones religiosas; era evidente una imposición en el sentido de que estas normas religiosas estaban vinculadas al discurso jurídico, allí sin mediación alguna, el sujeto era obligado a abandonarse, a descuidar su yo a partir de la prohibición.
Debemos buscar una forma de regresar, de sentirnos soberanos sobre nuestra sexualidad, reconociendo que no se tiene el camino más rápido y sin complicaciones para hacerlo. Las prácticas ascéticas son una forma consciente  de reflexionar sobre sí, alcanzar la parresía sobre el erotismo -aunque parezca imposible en nuestra cultura- es necesaria, por lo tanto puede alcanzarse. La conexión entre el mundo interior y el exterior, para Paz debe tener presente la memoria histórica y la cotidianidad donde se encuentra el sujeto;  un modo de vida donde se tenga presente el cuidado de sí y el de los otros,  cohabitando el mundo sin perdernos de vista. No se trata de plantear  como modo de vida la práctica de los actos sexuales  con frecuencia desenfrenada, se trata de que cuando se practiquen los actos sexuales se hagan teniendo plena conciencia del deseo y de lo placentero del encuentro erótico.
Lo anterior, implica irrefutablemente develar, suspender, violar y reflexionar sobre la norma restrictiva que inhibe el deseo de los actos sexuales, posicionado como animales– en el sentido de llegar al acto sexual solo para reproducirse–, Bataille  lo plantea sencillamente como la transgresión de la prohibición, el autor asegura que se hace no negando la prohibición, sino superándola. La transgresión está ubicada en  el lugar de la violencia, pero entendida igual que el erotismo como un acto profundamente humano. Una violencia justificada porque será quien rescate o impulse los movimientos eróticos en la conciencia del sujeto.
La transgresión dentro de las prácticas ascéticas implica el cuidado de sí, en el sentido que no vamos a transgredir una norma porque simplemente se opone a nuestro propósito, lo hacemos porque se opone a nuestros movimientos internos que contienen al ser que enuncia desde su mundo íntimo para comprender lo que está fuera de él, en este sentido, sensible para reconocerse y autoreconocerse en el otro. La transgresión para manifestarse debe contemplar una violencia en el plano de la razón, como lo manifiesta Bataille, se requiere  saber, conocimiento, para poder posicionarse en el inicio del tránsito de la parresía. La transgresión revela una posibilidad de inquietar el espacio íntimo del sujeto  para generar una profunda resignificación de todo el andamiaje del erotismo en la conciencia y en el contexto social. 
De manera que transgredir el discurso que sostiene la ética cristiana en relación con la prohibición y exclusión del deseo durante los actos sexuales, es el panorama que se debe visualizar para la constitución del sujeto erótico; esa sería la violencia más placentera que daría lugar al contacto entre los yoes. Se debe entender que el deseo debe ser controlado en una práctica constante, para no ser esclavo de ellos (Foucault, 2003), la razón de la prohibición del deseo es porque este es el detonante de la acción humana; a través de él satisfacemos el ansia que tiene presencia en lo no agradable, es un puente entre un estado no ideal de la existencia y un estado anhelado de perfección vital-subjetiva. La necesidad subjetiva tiene existencia en el deseo, ella “está orientada hacia lo subjetivo, al deseo del individuo de alcanzar algo, de suplir una carencia. Y aun cuando crea su sistema de referencia abocado a expresar un real, también tiene un lenguaje simbólico que revela lo inconsciente” (Hernández, 2013: 127), en este sentido expresar desde las profundidades del interior todo aquello que se constituya en un deseo es una de las libertades que puede tener el sujeto, es una forma de acercarse a sí mismo y a los otros.
Conclusiones
El erotismo puede traducirse en una conciencia profundamente humana. Despertar y encontrarlo allí en el lugar que solo es habitado por el sujeto y que solo él conoce, sería el acto más sublime de la subjetividad. Para llegar a la conciencia erótica necesitamos no sólo conocernos sino cuidarnos desde lo más profundo de nuestro interior hasta llegar a la superficie donde nos esperan otras subjetividades eróticas, influenciadas de igual manera por la ciencia –instrumentalista– y por el cristianismo.
Encontrar en Foucault las prácticas del yo sobre el sí, abrió la posibilidad de llegar con procedimientos éticos y cónsonos con la subjetividad y la sensibilidad a la conciencia erótica y constituir un sujeto parresiasta de su erotismo como cuidado de sí, gobierno de sí y de los otros. La  epimeleia heautou, una vieja casi olvidada posibilidad de volver a nosotros,  de aprehender la realidad que nos oprime y nos niega y darle paso en la conciencia y en nuestras prácticas al erotismo.

Referencias Bibliográficas
Bataille, G. (1997). El Erotismo. TusQuets Editores: Barcelona.
Coetzee, M. (2007). Contra la censura. Editorial Random House Mondadori: Caracas.
Foucault, M. (1970). El orden del discurso. Lección inaugural en el Collége  de France. Tusquets Editores: Buenos Aires.
____________ (1987). Historia de la sexualidad II, el uso de los placeres. Tercera edición en español, Siglo XXI Editores, S.A.: España.
____________ (2000). Tecnologías del yo. Ediciones Paidós Ibérica: Barcelona.
____________ (2003). El yo minimalista y otras conversaciones. Alfavet Ediciones: Buenos Aires.
____________ (2004). Discurso y verdad en la antigua Grecia. Ediciones Paidós: Buenos Aires.
____________ (2012). Historia de la sexualidad III, la inquietud de sí. Siglo XXI Editores, S.A.: Madrid.
Hernández, L. (2013). Hermenéutica y Semiosis en la red intersubjetiva de la nostalgia. Vicerrectorado Administrativo de la ULA: Mérida.
Paz, O. (1994). La llama doble, amor y erotismo. Editorial Seix Barral, S.A.: México

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