EL EROTISMO: UNA EXPERIENCIA SUBJETIVA PARA EL CUIDADO DE SÍ EN MICHEL FOUCAULT
Usmary Dayana
Moreno Romero
LISYL
ULA-NURR
El presente trabajo es parte de una investigación en
desarrollo que tiene como objeto de estudio el erotismo como sensibilidad
trascendente. Se trata de ir sumergiéndonos en la sexualidad desde diversos
postulados eróticos para develar el espacio interior del sujeto y así
comprender la experiencia intrasubjetiva generada en la compleja red de
representaciones simbólicas, partiendo de las significaciones que tiene la
sexualidad en el discurso cultural y/o los imaginarios socioculturales influenciados
en lo más profundo por las éticas del cristianismo.
La sexualidad ha estado dominada por las éticas que
consienten el acto sexual como una necesidad biológica-social, la mera
reproducción de la especie, lo que ha causado grandes confusiones en los
individuos de las sociedades hasta hoy constituidas bajo esta práctica.
Prácticas que se consideran propias de la vida pública y privada del sujeto y
que le han desarraigado de su vida interior, concediéndole poca importancia a
la misma. Confinado a vivir la vida sexual social establecida por otros, el
sujeto comienza a olvidar quién es, y pasa a alojarse en la representación
social establecida para ello, la figura de Dios, que define toda una matriz
ideológica extemporánea siempre de los contextos y de las circunstancias a la
que está sujeto un individuo.
Que el sujeto se olvide de sí, íntimamente, ha implicado una
larga historia. Tal vez se ha logrado en algunos sujetos formados culturalmente
para ello, pero, en esta diversidad de culturas de las que hoy participamos y
en las que cohabitamos en la unidad que
somos, resulta difícil porque las representaciones sociales se ven
influenciadas en tal medida que se producen cambios internos en el sujeto,
debido a las nuevas identidades que se forman a partir de novedosas prácticas
sexuales que irrumpen en el espacio íntimo del sujeto y lo llevan a la
confusión, a ubicarse, en algunos momentos, del lado de la diatriba que les
dice la iglesia católica sobre qué es la sexualidad y en otros momentos, del
lugar donde son libres para sentir el deseo y el placer de su sexualidad sin
sentir remordimientos.
El erotismo permite esto último, el poder disfrutar a
plenitud de conciencia de la sexualidad. Paz (1994) y Bataille (1997) nos
delinean el espacio interior del sujeto en relación con el erotismo, el cual
implica la vivencia acompañada siempre del saber, para mantener el justo
equilibrio entre ese mundo interior y el exterior y no confinar al sujeto a su
auto destierro en una mal pensada libertad sexual
En esta investigación entenderemos la sexualidad desde la
mirada foucaultiana en la que encontramos una concepción teórica sexual
asociada con los juegos de poder, con un poder dinámico que cambia de posición
gracias a la libertad presente. La intención del trabajo es vincular el
erotismo con las teorías sexuales de Foucault, las prácticas del yo sobre el sí
y la parresía.
Erotismo y los
juegos de verdad
Foto: Miguel Alfonso Uzcátegui Abreu |
Entender el erotismo, implica el despertar de la conciencia
sexual, el aturdimiento del pasivo mundo interior del sujeto constreñido desde
los tiempos de los griegos y que estalla desbordado de incertidumbres ante el
mundo oscuro del cual le habían protegido –su mundo interior- arropado bajo la representación de un Dios
homogéneo que tiene la misión de habitar la vida interior del sujeto para
orientar su relación con los otros mediante una ética del convivir alejada de
cualquier seducción mundana. Con la ciencia sucede lo mismo, el sujeto debe
buscar su adaptabilidad -en la posibilidad instrumentalista de conocer un mundo
fragmentado- en constructos teóricos que universalizan el conocimiento y
absolutizan verdades incomodas.
He aquí tres juegos de verdades –el mitológico, el científico
y el subjetivo- relacionados con los juegos de poder (Foucault, 2003). Es
importante entender que los juegos de verdad tienen la posibilidad de ubicarse
en diferentes posiciones –centro o periferia-
en relación con el sujeto o los sujetos que lo juegan y en relación con
el poder se excluyen entre ellos sin
posibilidad de comunicación, aun existiendo puntos de encuentro, como lo son el
sujeto y la ética de existencia. Los juegos son “una combinación de procedimientos
para llegar un resultado, que puede ser considerado válido o no, ganador o
perdedor de acuerdo a sus principios y normas de procedimiento” (Foucault,
2003:164), de allí es preciso entender que los juegos de verdad son una
estructura de existencia que permite describir el mundo por el sujeto, siempre
en un estado de alerta con respecto a la influencia de otras verdades que
rompen el orden existente en la profundidad de su constitución.
Estos juegos de verdad se relacionan en algunos momentos con
los juegos de poder, lo cual depende del lugar desde donde se enuncie su juego.
Esto posiciona al poder en una relación no asociativa sino contextual respecto
a los juegos de verdad, cuando esa verdad se encuentra en el centro encontramos
al poder asociado a ella. El poder para Foucault, son juegos estratégicos de
poder sobre el otro. Juegos que tienen la característica de movimiento y una
particular resistencia a quedarse a habitar un solo cuerpo, espacio, religión
incluso a una cultura, poseen en su constitución, una indeterminación que nace
en el lugar más íntimo del sujeto, en el lugar de la sospecha. El poder “es una
especie de juego estratégico abierto en que la situación puede revertirse, no
es malo. Es parte del amor, la pasión, el placer sexual” (Foucault, 2003:166)
Nos posicionamos en la afirmación del autor, cuando incluye
en los juegos de poder la libertad, como condición para manifestarse en los
juegos de verdad, solo cuando se es libre se puede acceder a la dinámica de
combinación de los juegos de poder. El acceso del sujeto a esos juegos de
verdad se hace a través de prácticas coercitivas y ascéticas. Las prácticas
coercitivas -que en la visión de Foucault entrarían la psiquiatría, el sistema
penitenciario y los juegos teóricos y científicos- como las que se realizan dentro del cristianismo
cuando el sujeto debe erradicar cualquier postura egocentrista y debe mirar con
temor los ojos piadosos de Dios como representación única para su existencia.
Según esta premisa, para el cristianismo, el acto sexual en el que aparezca el
deseo y el placer por otros es pecaminoso, por lo tanto se debe obligar al
sujeto a restringir los deseos y placeres sexuales en una práctica constante de
salvación. (Foucault, 1990:81) “el cristianismo es una religión de salvación,
es una religión confesional. Impone obligaciones muy estrictas de verdad, dogma
y canon, más de lo que hacen las religiones paganas”, esta ética exige el
conocimiento de sí para develar los pecados, tentaciones, seducciones a la que
es frágil y confesarlas a Dios y además dar testimonio de eso. He aquí la
génesis de la prohibición.
Foto: Miguel Alfonso Uzcátegui Abreu |
En las prácticas ascéticas se realiza un “ejercicio del yo
sobre sí mismo, por el que se trata de descubrir, de transformar el propio yo y
alcanzar un cierto modo de ser” (Foucault, 2003:145) en donde la ética –que tiene
la función orientadora de la existencia– esté desconectada de la norma
jurídica. Es en este juego de verdad
donde buscamos cimentar el erotismo para constituirlo en una práctica del
cuidado de sí, en una práctica de recuperación del sujeto en cuanto al
comportamiento sexual ético que debe generarse en las relaciones placenteras
con los otros y poder cuidar al mismo tiempo de los otros sin correr riesgo
alguno en abusar del poder. Al respecto Foucault (2003:153):
“si se tiene el conocimiento ontológico de qué es uno, si además se conocen las propias capacidades, lo que significa para uno ser ciudadano de una ciudad, ser jefe en el hogar, del oikos; si se saben cuáles son las cosas que se deben temer, y las cosas que no se deben temer, si se sabe qué debe desearse y qué, por el contrario, debe ser indiferente a uno, si se sabe finalmente que no debe temerse a la muerte, bueno, entonces no se puede abusar del propio poder sobre los demás”
Foucault cierra cualquier posibilidad de absolutización del
cuidado de sí, puesto que esta práctica contempla relacionarse con el poder,
pero jamás con la dominación –práctica donde se pierde la libertad por
completo– sobre los otros, esto solo pasaría en el descuidado de sí, por lo
tanto, el erotismo como práctica al tener
presente las fragmentadas identidades y las confusiones que han desarraigado al
sujeto, transita con cuidado en el mundo buscando las causas de la
desfragmentación de este.
El erotismo lo entendemos como la conciencia de la
sexualidad humana, esto en el sentido en que trastoca el espacio de la sospecha
–el espacio interior del sujeto– donde la verdad que orienta su ethos sea derivada de un “trabajo del yo
sobre el sí” (Foucault, 2003:151). El
erotismo desde el punto de vista de Bataille (1997: 35) “es un desequilibrio en
el cual el ser se cuestiona a sí mismo, conscientemente” y es partir de esa conciencia donde el auto-
desarraigo comienza a tener sentido; no hacemos abstracción del erotismo con
respecto a los movimientos de éste dentro y fuera del sujeto, el erotismo tiene
toda una construcción socio-histórica que heredamos y que nos ha dibujado los
linderos de nuestra sexualidad, pero también es cierto, que nuestros
movimientos eróticos no son independientes de la voluntad, producimos un
desarraigo cuando nos encontramos fuera de la conciencia, y al estar fuera de
la conciencia sexual abandonamos el
erotismo y nos ubicamos en el contexto de la sexualidad animal (Bataille)
En Paz (1994:12) encontramos el mismo concepto; para él, “el
erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El
erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora”. El erotismo ubicado en el
interior del sujeto podemos considerarlo
un acto intrasubjetivo, que traspasa los límites reproductivos para
transformarse en la vida misma, donde la interacción del sujeto consigo mismo
es una mirada al mundo desde su interior; desde un interior que se encuentra deshabitado y separado del
cuerpo –que es desde nuestra postura, el espacio de manifestación de la
sexualidad humana, un espacio de lo posible donde se pueden desinhibir las pasiones, los deseos y
los placeres sexuales– simbólicamente, por cuanto, esta separación no se
manifiesta en el espacio público sino que es vivida y sentida por el sujeto
dentro de él.
El espacio interior donde el erotismo impulsa el movimiento
del ser, llega a tener relación con lo que se encuentra fuera, en la relación
erótica con el otro, no buscamos dejarlo como un mero acto de la
conciencia. El erotismo es también un
acto intersubjetivo, es “un fenómeno que se manifiesta dentro de una sociedad y
que consiste, esencialmente, en desviar o cambiar el impulso sexual reproductor
y transformarlo en una representación” (Paz, 1994: 106), eso es precisamente lo
que debe comprender el sujeto para ubicar el erotismo en una experiencia
interior, disfrutar de su sexualidad sin estar condicionado a la reproducción,
desvanecerse solo en el alcance máximo de sus placeres, en la unión de su
cuerpo con el otro -parafraseando al autor- en la unidad de los cuerpos
relacionados por sus explosiones eróticas. Este sería el núcleo del erotismo
como práctica del yo sobre sí, sería una forma de conocimiento. Esa forma de
conocer precisa delimitar la concepción de la sexualidad. Establecemos la
sexualidad desde Foucault (2003) quien
la demarca como la conducta sexual entre el deseo y el placer presentes
en el acto sexual.
En los griegos,
parafraseando al autor, la conducta sexual privilegiaba los actos sexuales para
la reproducción de la humanidad, excluyendo
el deseo y el placer. Esa era la ética que orientaban sus
prácticas, así como las del cristianismo
en las que el deseo fue obligado a abandonar los actos sexuales. De modo que,
la identidad del sujeto fue sometida a una cultura cuyo horizonte estaría
determinado por la razón como verdadera forma de ver el mundo, una visión
objetiva de conocimiento que erradicaba toda forma irracional –como es el caso
del mito– de conocerlo, el desconocimiento del deseo y los placeres fue un
acontecimiento que el pensamiento racional no desaprovechó, sino que fortaleció
sus prácticas sobre ello para dar paso a un conocimiento verdadero del mundo.
Con Foucault podemos ver que en los griegos el conocimiento
racional o científico era necesario para el cuidado de sí, solo en la medida
que se tenía el conocimiento científico
se lograba alcanzar la técnica más adecuada para hacerlo, el significante que
posibilitaba esto era la epimeleia
heautou, que los griegos significaban como el cuidado del yo. Esta
expresión tiene presencia en la cultura helenística, según el autor, desde el
siglo III a. C., hasta el siglo III d.
C., transitando por diferentes culturas, al conocer el mundo se tenía claridad
para poder controlar las pasiones, acto que era la forma de existencia con la
que consensuaban todas las éticas que orientaban la vida, incluso después de
que apareciera el cristianismo con Dios y el Demonio, la idea de controlar las
pasiones sedujo la ética que aún impera
en las culturas occidentales.
Esta integración de teoría y práctica nace con la epimeleia heautou, con ella “se describe
un tipo de trabajo, una actividad; implica atención, conocimiento y técnica”
(Foucault, 2003: 71), pudiera decirse que no solo heredamos la ética del vivir
despojados de nosotros mismos, sino que además asumimos sin objeción alguna los
barrotes de la contención del erotismo como conciencia sexual del sujeto para pasar
a identificarnos con un Dios –en la concepción cristiana– que nos desconoce,
nos niega desde lo más real que tenemos, que es nuestro cuerpo sexuado,
capacitado para el desbordamiento de las pasiones, y preparado para el deseo y
el placer. Un cuerpo sensible a la pasión de la seducción de cualquier discurso
por muy ajeno que sea, ya lo vemos en el discurso del Diablo que posee al
sujeto y lo hace pecar, es por eso que la seducción es satanizada en cualquier
discurso religioso, del mismo modo en que fuimos seducidos para abandonar
nuestro mundo interior, siendo esta una forma poderosa de volver a él o de
abandonar el discurso religioso. Tomamos el término seducción como artificio
que rompe con el orden establecido (Braudillard, 1994).
El horizonte ético en Foucault (2004) nos brinda otra
técnica igualmente poderosa: la parresía. La intención es regresar a la
subjetividad a través del hablar franco y no con engaños. Este horizonte
posibilita el cuidar las propias conductas, la relación del yo sobre sí y con
los otros, donde el logos que actúe y
no sea dirigido por un maestro sino por el mismo sujeto; en la parresía, luego
de un transitar complejo debido a la confrontación con los juegos de verdad con
prácticas coercitivas, se puede decir que “Uno habrá llegado a ser el logos, o el logos podrá llegado a ser uno” (Foucault, 2003: 150). Este
entramado ético posibilita la recuperación de la subjetividad, en el sentido de
que las prácticas ascéticas tienen una
función: “curativa y terapéutica y
conlleva, a la par, como hemos señalado, el cuidado del y con el lenguaje. Y
ello supone el juego de la parresía que permite al sujeto de la enunciación y
el sujeto de la conducta se encuentren y, a su modo, coincidan.” (Foucault,
2004: 18)
Según Foucault (2004)
durante la época de los griegos y luego con la aparición del cristianismo, la
parresía enfrentó duros momentos con la profecía, la cual determinaba la
anticipación o establecía en el contexto de la inmediatez situaciones
desconocidas y desconectadas de la circunstancialidad y preparaba al sujeto
hacia una certidumbre en el vivir presente, la parresía implica el desarrollo
de una práctica, no para prepararse para la siguiente vida o para el futuro,
sino para que la vivencia de esa práctica permita concebir la plenitud de la
existencia en sincronía con el cuidado de sí. La sabiduría, la técnica y la
retórica –sobre todo la aristotélica, que ya conocemos como el arte de
persuadir a otros, según Ricoeur (2001) –
eran igualmente más poderosos que la parresía, pero esta termina
plantándose triunfante como “el nexo de
unión entre el cuidado de sí y el cuidado de los otros, entre el gobierno de sí
y el gobierno de los otros” (Foucault, 2004: 20).
Es importante tener en cuenta que la constitución del sujeto
erótico, se enmarca en la develada intención de ser soberano de sí, del
gobierno de sí, y por lo tanto, del gobierno de los otros, en un juego de
verdad cifrada en una práctica ascética y relacionada con los juegos de poder,
en el sentido que ya antes mencionamos, a saber, poder alejado de toda
dominación. Esta constitución del sujeto erótico la ubicamos en la parresía. El
sujeto erótico como parresiasta se auto posiciona en el lugar del encuentro
erótico con los otros, teniendo plena conciencia de lo que es y de lo que es el
otro, respetando y cuidando de sus capacidades en una sensibilidad manifiesta
en la que siempre esté presente el reconocimiento de la sensibilidad del otro.
En este sentido,
fijamos en el tránsito hacia la parresía del sujeto erótico “a la cualidad
moral, a la actitud moral, al ethos
como, por otra parte, el procedimiento técnico, la techné” (Foucault, 2004:
24), es decir, vincular al sujeto erótico con su verdad, a partir del
conocimiento de otras verdades, como las que se dan en los juegos de verdad
bajo prácticas coercitivas. Ello no para integrar éticas pertenecientes a esas
prácticas coercitivas, sino, para ubicar el lugar donde se encuentra inserto y
así, conocer a profundidad la esencia de la malla que lo envuelve
seductoramente fuera de sí sin darse cuenta, generándole una comodidad que
aísla la conciencia y lo deshabilita para desincorporarse de ella.
En la conciencia erótica que plantea Bataille, podemos hallar dos técnicas en términos
foucaultianos, una de las prácticas coercitivas –la prohibición– y otra de las
prácticas ascética –la transgresión–. Entre la prohibición y la transgresión
existe una paridad oposicional no excluyente, para el autor, existe una
complicidad entre la ley y su violación. Todo lo prohibido seduce. Todo lo
prohibido da paso a la posibilidad de ser transgredido. Por lo tanto, la
prohibición en terreno de Foucault (2003) la develamos como una práctica de
dominación, un procedimiento de exclusión que existe en todo discurso, en donde
la práctica de libertad es considerada subversiva. El autor reflexiona sobre la
prohibición del “no matarás”, la trasgresión sería en consecuencia matar a
alguien. Resulta curiosa esta prohibición cuando miramos en la historia y vemos
cómo las éticas del cristianismo –desde el año 1223– específicamente la católica, asesinó a miles
de personas durante la inquisición.
En el lenguaje del erotismo, la ética cristiana juega de
acuerdo a la prohibición. La prohibición del deseo, de la seducción –utilizada
por ellos mismos conocen lo poderosa que
es, así como el placer - relacionado con
la sexualidad, porque el placer representado por Dios es permitido- la cual presenta, al igual que la ciencia, un problema de
pertenencia de la verdad absoluta y universal. Así, el logocentrismo se apoderó de la cultura
occidental que impera en todas la sociedades, aún de aquellas con grandes
avances tecnológicos.La prohibición como juego de verdad, que dentro del
cristianismo constituye una práctica coercitiva predominante en las prácticas
del sujeto desde los tiempos de los griegos y que va siendo aventajada por el
discurso, juegos teóricos o científicos –convenientemente- lo ha desposeído de
sí, le ha arrancado su subjetividad.
La prohibición, se opone a la naturaleza según Bataille, e
impide al sujeto rastrear dentro de sí para lograr construir una cartografía
simbólica de su sexualidad totalmente comunicada con la dinámica contextual
y con su experiencia de vida. Siendo un
procedimiento de exclusión de toda sociedad, Foucault asocia la prohibición con
el derecho negado que tiene cualquier sujeto de decirlo todo, sea cuales sean
las circunstancias que lo arropan inmovilizando con ello sus movimientos
íntimos. La mirada foucaultiana, vincula la prohibición con el deseo y la dominación;
qué se prohíbe: el deseo. El deseo del sujeto que desea es indeseado, en el
argumento de Coetzee (2007:10) encontramos un análisis morfológico de la
palabra “indeseado”, incita a superar la palabra in-deseado (que no se debería
desear) por indesea-do y a imaginar un verbo “indesear” al que le atribuye el
significado de “refrenar el deseo de X por Y”.
De modo que, el deseo está en una encrucijada del
pensamiento, puesto que el deseo al estar dentro de las relaciones de poder,
análogo al conocimiento que utiliza la técnica de la confesión cristiana, tiene
como acción inmediata prohibir el deseo, erradicarlo del sujeto y sacarlo de
él por ser un pecado (Foucault, 1986).
Esto es un acto legítimo de anulación del sujeto. En la Grecia clásica, según el autor, ningún
sujeto estaba obligado a esto, aceptar su negación como sujeto, lo hacían de
forma consciente para poder vivir conforme a los otros, era una posibilidad de
ganarse el respeto para poder acceder al poder, una vez que haya demostrado la
capacidad de inhibir sus impulsos y con ello demostraba la capacidad de
estimular el culto a sus acciones por los otros, “un modo de sujeción”
(Foucault, 2003:67). Con el cristianismo, las conductas sexuales pasan a ser
determinadas por instituciones religiosas; era evidente una imposición en el
sentido de que estas normas religiosas estaban vinculadas al discurso jurídico,
allí sin mediación alguna, el sujeto era obligado a abandonarse, a descuidar su
yo a partir de la prohibición.
Debemos buscar una forma de regresar, de sentirnos soberanos
sobre nuestra sexualidad, reconociendo que no se tiene el camino más rápido y
sin complicaciones para hacerlo. Las prácticas ascéticas son una forma
consciente de reflexionar sobre sí, alcanzar
la parresía sobre el erotismo -aunque parezca imposible en nuestra cultura- es
necesaria, por lo tanto puede alcanzarse. La conexión entre el mundo interior y
el exterior, para Paz debe tener presente la memoria histórica y la
cotidianidad donde se encuentra el sujeto;
un modo de vida donde se tenga presente el cuidado de sí y el de los
otros, cohabitando el mundo sin
perdernos de vista. No se trata de plantear
como modo de vida la práctica de los actos sexuales con frecuencia desenfrenada, se trata de que
cuando se practiquen los actos sexuales se hagan teniendo plena conciencia del
deseo y de lo placentero del encuentro erótico.
Lo anterior, implica irrefutablemente develar, suspender,
violar y reflexionar sobre la norma restrictiva que inhibe el deseo de los
actos sexuales, posicionado como animales– en el sentido de llegar al acto
sexual solo para reproducirse–, Bataille
lo plantea sencillamente como la transgresión de la prohibición, el
autor asegura que se hace no negando la prohibición, sino superándola. La
transgresión está ubicada en el lugar de
la violencia, pero entendida igual que el erotismo como un acto profundamente
humano. Una violencia justificada porque será quien rescate o impulse los
movimientos eróticos en la conciencia del sujeto.
La transgresión dentro de las prácticas ascéticas implica el
cuidado de sí, en el sentido que no vamos a transgredir una norma porque
simplemente se opone a nuestro propósito, lo hacemos porque se opone a nuestros
movimientos internos que contienen al ser que enuncia desde su mundo íntimo
para comprender lo que está fuera de él, en este sentido, sensible para
reconocerse y autoreconocerse en el otro. La transgresión para manifestarse
debe contemplar una violencia en el plano de la razón, como lo manifiesta
Bataille, se requiere saber, conocimiento,
para poder posicionarse en el inicio del tránsito de la parresía. La
transgresión revela una posibilidad de inquietar el espacio íntimo del
sujeto para generar una profunda
resignificación de todo el andamiaje del erotismo en la conciencia y en el
contexto social.
De manera que transgredir el discurso que sostiene la ética
cristiana en relación con la prohibición y exclusión del deseo durante los
actos sexuales, es el panorama que se debe visualizar para la constitución del
sujeto erótico; esa sería la violencia más placentera que daría lugar al
contacto entre los yoes. Se debe entender que el deseo debe ser controlado en
una práctica constante, para no ser esclavo de ellos (Foucault, 2003), la razón
de la prohibición del deseo es porque este es el detonante de la acción humana;
a través de él satisfacemos el ansia que tiene presencia en lo no agradable, es
un puente entre un estado no ideal de la existencia y un estado anhelado de
perfección vital-subjetiva. La necesidad subjetiva tiene existencia en el
deseo, ella “está orientada hacia lo subjetivo, al deseo del individuo de
alcanzar algo, de suplir una carencia. Y aun cuando crea su sistema de
referencia abocado a expresar un real, también tiene un lenguaje simbólico que
revela lo inconsciente” (Hernández, 2013: 127), en este sentido expresar desde
las profundidades del interior todo aquello que se constituya en un deseo es
una de las libertades que puede tener el sujeto, es una forma de acercarse a sí
mismo y a los otros.
Conclusiones
El erotismo puede traducirse en una conciencia profundamente
humana. Despertar y encontrarlo allí en el lugar que solo es habitado por el
sujeto y que solo él conoce, sería el acto más sublime de la subjetividad. Para
llegar a la conciencia erótica necesitamos no sólo conocernos sino cuidarnos
desde lo más profundo de nuestro interior hasta llegar a la superficie donde
nos esperan otras subjetividades eróticas, influenciadas de igual manera por la
ciencia –instrumentalista– y por el cristianismo.
Encontrar en Foucault las prácticas del yo sobre el sí,
abrió la posibilidad de llegar con procedimientos éticos y cónsonos con la
subjetividad y la sensibilidad a la conciencia erótica y constituir un sujeto
parresiasta de su erotismo como cuidado de sí, gobierno de sí y de los otros.
La epimeleia
heautou, una vieja casi olvidada posibilidad de volver a nosotros, de aprehender la realidad que nos oprime y
nos niega y darle paso en la conciencia y en nuestras prácticas al erotismo.
Referencias
Bibliográficas
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Barcelona.
Coetzee,
M. (2007). Contra la censura. Editorial Random House Mondadori: Caracas.
Foucault,
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(2003). El yo minimalista y otras conversaciones. Alfavet Ediciones: Buenos
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(2004). Discurso y verdad en la antigua Grecia. Ediciones Paidós: Buenos Aires.
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(2012). Historia de la sexualidad III, la inquietud de sí. Siglo XXI Editores,
S.A.: Madrid.
Hernández,
L. (2013). Hermenéutica y Semiosis en la red intersubjetiva de la nostalgia.
Vicerrectorado Administrativo de la ULA: Mérida.
Paz,
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