EL EROTISMO COMO EXPRESIÓN DE LA SENSIBILIDAD DENTRO DE LA CULTURA
Moreno
Romero, Usmary Dayana.
Universidad de Los Andes,
Núcleo Universitario Rafael
Rangel.
Trujillo-Venezuela
Resumen
La
sexualidad humana mantiene un constante enfrentamiento con la sexualidad
animal, no solo porque se oponen, sino porque ambas tienen contextos y
fronteras diferentes. La primera tiene el fin de desarrollar la conciencia
sexual del sujeto desde su sensibilidad, se sumerge en sus más profundos
sentimientos y hace que el individuo se pierda en ella, esa sexualidad humana
es la que denominaremos como erotismo. Mientras que la sexualidad animal,
mantendrá esa denominación por siempre, puesto que en ella lo único que podemos
encontrar y esperar es la materialización de la sexualidad como función
reproductiva. Este trabajo es parte de una investigación más amplia, con el
cual fijamos algunas posiciones necesarias para ir delineando los posteriores
caminos que nos llevarán a establecer el erotismo como detonante de la vida
interior del sujeto. Significamos en este sentido a un sujeto doble, esto es un
sujeto recurrente que ratifica la
sexualidad en una función reproductiva y
el sujeto sensible trascendente que busca
la comunicación consigo y con los otros en los tres espacios donde definimos
las actividades humanas, el público, el privado y el íntimo.
Palabras claves: erotismo, subjetividad, deseo,
ontosemiótica, sujeto doble.
1.
Introducción: La cultura como arquitectura sensible
manifestada en una semioticidad afectiva-subjetiva
La cultura como un discurso se erige con
fuerza en el mundo, el espíritu que se percibe en ella designa dinámicas nuevas
y cambiantes debido a la relación sígnica diversa que ella sostiene sin ningún
orden establecido. Cuando se dispone la observación de esa relación emergen
signos oposicionales, como la diversidad humana frente a la influencia de
sistemas ideológicos homogeneizantes. Esto es un error que rompe con el
principio de contradicción, un sujeto no
puede Ser y no Ser bajo los mismos aspectos, es por ello que nos alineamos
con la idea de ver la cultura como el espacio de lo posible, el espacio
dispuesto al diálogo entre el sujeto íntimo y el sujeto público. La intención
de este trabajo es proponer el erotismo como la posibilidad del sujeto para
transportarse al “espacio de lo íntimo”[1],
donde pueda tomar conciencia de su subjetividad, y a partir de allí concederse
un acercamiento con el otro en una forma comprensiva, pero sobre todo tener un
acercamiento consigo mismo.
Asumimos la cultura como discurso y a partir
de la ontosemiótica afirmamos que esa cultura posee una “arquitectura sensible”[2], y
es desde allí, que se busca abordar la
circulación sensible en la que fluctúan las acciones del individuo en tanto
sexualidad humana dentro de los espacios público, privado e íntimo, teniendo como vehículo el
lenguaje. Esta afirmación que hacemos desde la ontosemiótica o semiótica de la
afectividad-subjetividad, nos brinda la posibilidad de posicionar al sujeto
íntimo en la comprensión y la autocomprensión de su sexualidad, en la intención
de construir un sentido argumentado en una lógica subjetivada que le permita el
desarrollo de su conciencia con respecto a lo que lo define como sujeto sexual
en libertad plena de su existencia y en la agrupación de la totalidad de las
experiencias que le propicie un tránsito despierto dentro de sí, es decir,
permitir la expresión del doble sentido que está implícito en la relación del Ser
con su contexto en una circulación sensible de símbolos, que para Hernández
llegan a convertirse en isotopías culturales y en el escenario donde tienen su
mayor expresión afectiva-subjetiva.
De manera que, afirmar que la cultura posee
una arquitectura sensible implica reconocer la articulación entre el lugar de
los símbolos y su manifestación cultural y además, reconocer la carga sensible
que dota el contexto a esa articulación. El lugar de los símbolos, que desde
nuestra óptica es el lugar de la sospecha, el espacio más íntimo que marca al
sujeto de forma que lo desvincula del mundo exterior, lo hace desconocer
aquello con lo que ha interactuado durante su vida entera, y que lo mantiene en
constante confusión entre lo que debe Ser y lo que debe hacer, tanto desde su
mirada íntima como pública. El sujeto está ubicado en tres lugares al mismo
tiempo y se hace necesario comprender cada una de estas ubicaciones para poder
alcanzar un encuentro consigo y con los otros.
Esto es lo que Hernández llama el doble
sentido dentro de la semioticidad afectiva-subjetiva, y aquí es precisamente
donde ubicamos al erotismo como isotopía cultural y al mismo tiempo subjetiva,
pues, se trata de vincular al sujeto con la unidad que era, y que le
arrebataron en un intento de controlarlo para preestablecer sus modos de
accionar, de pensar y sobre todo de la política del no sentimiento. De modo que
el erotismo, que es “uno de los aspectos
de la vida interior del hombre” (Bataille, 1997:33) estará ubicado entre las
ideas que se tienen acerca de la sexualidad animal y la sexualidad humana, como
un agente debelador de la conciencia sexual.
Esto es posible debido a que desde la
ontosemiótica hacemos énfasis en el sujeto como texto y en el contexto,
haciendo:
Una
gran lectura de los textos dentro del conglomerado social a partir de las
tensiones y distensiones que producen las referencialidades culturales; los
contextos que se transfiguran en textos/testimonios legitimantes del espacio
del cual el enunciante es producto sustancial y sustentable (Hernández, 2013:
56).
El erotismo tiene su mayor
expresión en el espacio interior del sujeto, pero encuentra grandes obstáculos para
concretarse culturalmente, por lo menos no lo hace como erotismo –el cual es
definido por Bataille (1997) y Paz (1994) como sexualidad humana, esto es, que
el sujeto tenga conciencia de su sexualidad- sino como sexualidad animal, en un
sentido netamente reproductor, rudimentario, con una total ausencia de la
participación del sujeto durante las actividades sexuales, en el sentido
simbólico. Es decir, no se produce ningún movimiento de la vida interior del
individuo, sino una muy aceptada pasividad que nos viene impuesta desde el
exterior. Estamos negados como sujetos de deseo, es pecaminoso sentirlo,
experimentarlo, vivirlo en la expresión
de una libertad plena, de una libertad que le de preferencia al sujeto erótico
reconociendo sus movimientos violentos como necesarios para su vivencia.
Bataille, tiene una
apreciación interesante en relación a esos movimientos eróticos en el interior
del sujeto. Para el autor, es violencia. Los movimientos interiores del sujeto
erótico lo asociamos a un sujeto violento por naturaleza. Violentos porque se
niegan a asumir posturas inflexibles en relación a la sexualidad humana que les
es dada en su condición de sujeto de lenguaje, viene con el lenguaje, como
negarla?, en la semioticidad afectiva-subjetiva es imperante ser el puente
entre esa violencia y la manifestación cultural, o en todo caso, en las
representaciones sociales de la sexualidad.
En Paz, nos aproximamos de
una manera más afectiva e imaginativa a
ese mundo interior. En tanto que erotismo y amor están unidos, ambos son
invención y ambos utilizan la imaginación como detonante permanente del sujeto
erótico. Se rescata al sujeto en el deseo que lo envuelve, “uno de los fines
del erotismo es domar al sexo e insertarlo en la sociedad. Sin sexo no hay
sociedad pues no hay procreación; pero el sexo también amenaza la sociedad”
(Paz, 1994:16). La amenaza porque el sexo no tiene distinción de culturas,
razas, sociedades, clases. El sexo es acultural, pues tanto animales como
humanos necesitamos reproducirnos, pero la sexualidad humana implica
conciencia, imaginación, variación. La manifestación simbólica del erotismo
está lejos de los actos sexuales culturales a los que está expuesto
permanentemente. Un sujeto erótico rompería el canon establecido, haría una
transgresión de las normas. Un sujeto erótico es un sujeto subversivo el cual
es temido y siempre ha sido temido, pues estaría lejos del control social, sería
un sujeto libre, hecho que atentaría por lo menos con el discurso cristiano, el
cual ha normado los actos sexuales desde tiempos remotos.
2.
La semiosis: espacios público, privado, íntimo.
Morris (citado por Hernández, 2014)
estructura epistemológicamente la semiosis en tres niveles, el sintáctico donde
se ubica el signo o los signos, tal cual
son. El nivel semántico donde se produce una significación, y el nivel
pragmático donde tiene existencia el sujeto en el sentido de una verdadera,
porque a partir de su accionar en los demás niveles, en este, se produce una
resignificación con una fuerza interpretante reveladora de subjetividades,
donde toma conciencia de sus acciones y de sus responsabilidades. Estos
constituyen una universalidad para la expresión del erotismo en los espacios
público, privado e íntimo. Al igual que los elementos presentes en la semiosis,
diría Hernández, el sujeto enunciante, el texto-discurso y las circunstancialidades
enunciantes, para que se produzca una semiosis generativa de significaciones y
resignificaciones a partir de la
circulación sensible.
Las actividades sexuales humanas han tenido
movimientos entre la esfera de lo privado y lo público anuladoras de
subjetividad pero se reaviva en la vida interior del sujeto, es en los dos
primeros espacios, donde han tenido sentido estas humanas acciones que en su
configuración sígnica no exploran el complejo mundo de la afectividad,
desplazando o condenando al sujeto a una representación ajena a él, pero propia
de una estructura social. Rojas (2004), nos hablará de la vida privada y la
pública, la privada corresponde a la enunciación desde el interior, la
personalidad; la pública a lo exterior, la expresión de la conducta de un
individuo. Arendt (2005), daría a lo público, la definición de lo común, lo que
es percibido hace referencia a lo aparente, lo que otros pueden percibir de la
misma manera, en este sentido “la presencia de otros que ven lo que vemos, y
oyen lo que oímos nos asegura la realidad del mundo” (Ibid. p. 71). La esfera
privada para la autora es la representación de una verdadera vida humana,
porque el estar alejado de la vida pública concede cierta libertad subjetiva,
“la privación de lo privado radica en la ausencia de los demás” (Ibid. p. 78),
frente a los otros el hombre privado no aparece o se anula y esto le da un
carácter de invisibilidad.
Estas esferas o vidas públicas y privadas no
le conceden al sujeto posibilidad de comprenderse, el hogar como Arendt lo mira
podría considerarse un espacio privado, de “protección”, pero habría que
preguntarse si esto generaría un rompimiento de la transgresión que imponen los
otros socialmente como estructura objetiva. En lo privado, podrían surgir
algunas limitaciones para reconocerse en el otro y afirmarse en él. Las circunstancias
que enuncian cualquiera de estas esferas o vidas necesariamente necesitan
interrelacionarse, ya lo decía Hernández, un doble sentido, el ser enunciante
como un símbolo ubicado en un contexto, fluctuar entre la norma y el uso del
símbolo.
Las
circunstancialidades enunciativas tienen diferentes fuentes o expresiones en
los espacios de lo público, lo privado y lo íntimo. Para Hernández, en el
espacio de lo público se encuentran las circunstancias históricas, sociales,
culturales y religiosas que necesariamente deben estar presentes en la
circulación sígnica; las circunstancias que configuran el espacio privado
tienen que ver con la locación espacio-temporal, que “reorganiza el sentido a
través de la reconstrucción de vivencias, experiencias y manifestaciones del
humano ser que se incorpora de realidad concreta a una realidad sentida” (Ibid.
p. 69).
Pero es en el espacio de lo privado donde
aparece el sentimiento como una “función superior de percepción de valores que
hace que el sujeto se apropie del objeto para convertirse en su autónomo
portador” (Ibid. p. 61), esa conversión obedece a la comprensión de un objeto
traducida en imagen, que el autor une a una universalidad y necesidad subjetiva
y genera un camino metodológico que conlleve al autoreconocimiento, a la
mirada comprensiva de los otros como un
igual en humanas acciones, y reconocerlo como un ser subjetivo consiente de su
subjetividad. “El deseo de recuperación de espacios particulares es
transfigurado en potens poético que revela la interioridad, la intimidad
sensible del enunciante” (Ibid. p.61)
Culturalmente podría estarse potenciando una
incapacidad para expresar sentimientos o para expresar el deseo sexual que todo
sujeto manifiesta en su mundo interior, ya lo decía Hernández, se vivió una
sociedad de la oralidad, que fue superada por una sociedad de la imprenta que
en cierta manera alejó a los sujetos y los aisló, lógicamente que los avances
tecnológicos van reelaborando el pensamiento y las formas de interacción y de
una manera más explosiva en la “sociedad electrónica” donde el flujo de
información y de conocimiento están automatizando la humanidad, la está
insensibilizando.
Cuando surge la primera generación de computadoras,
por colocar un ejemplo, se hizo con la intención de ayudar al hombre en sus
labores, cualquiera hubiese sido esta, esas computadoras se diseñaron en
función de lo humano, qué hace un humano?, el ideal era llegar lo más cercano
posible. El humano era la representación de la máquina, aun en la “sociedad de
la imprenta” y en los inicios de la “sociedad electrónica” incluso, esa podría
decirse era la semiosis de esa sociedad. De hecho, es la semiosis de esta
sociedad, porque en la sociedad electrónica o del conocimiento como muchos la
denominan, las computadoras fortalecen la imaginación durante los actos
sexuales, y en algunas oportunidades hacen las veces de contexto.
Ahora, la transgresión de la inteligencia
como isotopía detonante y al mismo tiempo emergente llevó a la Transgresión del ideal de la computadora
–entendida esta como el motor que mueve el mundo utilizada en los espacios de lo
público y lo privado- o el ideal de lo humano por la computadora. Los humanos
anhelan ser como la computadora.
Hernández, refiere “individuos solitarios” a
aquellos que por la influencia cultural renovada o modificada van alejándose no
sólo de los otros sino de ellos mismos. Le ha llamado autismo tecnológico. El
término autismo tiene una referencialidad de profundas interferencias de
comunicación, de expresión de sentimientos, de lo verdaderamente humano. Si con
la “sociedad de la imprenta” se produjo un alejamiento de lo intrahumano e
interhumano, en la “sociedad electrónica” se manifiestan serias afectaciones a
la búsqueda de lo subjetivo, a la comprensión como sujetos de mundo, la
sensibilidad está desapareciendo lentamente. Entre el cambio de sociedades y
las imposiciones ideológicas las acciones humanas se sitúan fuera de sí mismas,
ubicadas en los espacios de lo público y lo privado. En este caso el enunciante
no es el mismo sujeto que construye una lógica de sentido para actuar en
libertad sino que se subsume a una semiosis limitada que lo reduce en
fragmentos y le entrega un mundo ya narrado.
En todo caso, lo que buscamos es hacer
distinción de los espacios público, privado e íntimo. Definitivamente hablan
diferentes lenguajes sexuales. El espacio público y el privado a pesar de que
tienen diferentes denominaciones como ya mencionamos anteriormente, los
ubicaremos en el mundo exterior al sujeto. Este mundo exterior manifiesta un
conjunto de prohibiciones en relación a la sexualidad, su configuración
establece una forma de interactuar con el sujeto de forma que fundamenta un
desconocimiento mutuo. El sujeto le es ajeno y al mismo tiempo este mundo
exterior le es ajeno al sujeto. Lógicamente no podría ser de otra forma. Este
desconocimiento mutuo concluye en una serie de desequilibrios entre ambas
partes. El individuo comienza a comportarse de una manera “violenta”,
“incorrecta” a lo establecido por el imaginario social, comienzan a aparecer
términos como disociaciones, perturbaciones, trastorno histriónico entre otros.
Desde
algunas corrientes psicológicas, un individuo que presente este tipo de
comportamientos, donde se exprese sin temor ni “pudor” su erotismo presenta
trastornos de personalidad, histriónico para ser más exactos. Desde la
ontosemiótica afirmamos, que nos encontramos frente a dos sujetos, así desde
esta perspectiva hablamos del doble sujeto. Un sujeto que responde a la
estructura social previamente ganada, de una forma radical, este sujeto lo
significamos como sujeto recurrente,
quien es el que con sus comportamientos y acciones ratifican la cultura que los
ha moldeado desde su infancia y les ha entregado el mundo ya narrado, el mundo
lógico primordial que se ha visto altamente influenciado por estructuras
inflexible. Este sujeto recurrente se
enfrenta de forma permanente moral y simbólicamente al sujeto sensible trascendente.
El sujeto
sensible trascendente, es el sujeto que tiene plena conciencia de sí,
reconoce sus movimientos internos y los manifiesta pese a cualquier tabú que
pueda encontrar fuera de sí. Sabe que es violento y que su sexualidad lo define
como sujeto de mundo, sin distinción alguna de mundo interior o exterior. Es lo
que es. Un sujeto sexual dueño de sus vivencias pasadas, presentes y futuras,
que “niega la función reproductiva. Es caprichoso servidor de la vida y de la
muerte” (Paz., 1994: 17).
Pero lo que se debe destacar es que ambos,
tanto el sujeto recurrente como el sujeto sensible trascendente son el mismo,
pero fragmentado. Por qué llamarlo sujeto doble y no ratificar el trastorno
histriónico de personalidad por ejemplo, porque la confusión que han causado los
tabúes y las prohibiciones las privilegiamos desde el sujeto enunciante, hay
una desconexión del sujeto consigo mismo, pero no una total desvinculación de
sí. Y es precisamente el erotismo como experiencia subjetiva lo que concederá
al sujeto trascender.
Esta afirmación de existencia del doble
sujeto, la fundamos teniendo en cuenta que “es en y por el lenguaje como el hombre se
constituye como sujeto, porque el solo lenguaje funda en realidad, en su
realidad que es la del ser, de ego” (Benveniste, 1995: 180). Y en cualquiera de
las dos realidades, el hombre se ha constituido como sujeto. Un sujeto
recurrente que ratifica su vivir truncando su sexualidad y desvaneciéndose en
las posturas ideológicas que advierten como principal motor la función
reproductiva y el sujeto sensible trascendente que permanente busca un
encuentro consigo en lo más profundo de su vida íntima, en este sentido tenemos
un muy especial apego a lo siguiente:
La
interioridad demarcada en el discurso y guarnecida en la pasión del espíritu
que conlleva a la pasión por el signo y los actos performativos del lenguaje.
Porque el signo como acción involucra la transformación de situaciones y
planteamientos; modificación de actores, espacios y tiempo (Hernández, 2013:
48)
Resulta curioso un dato que desarrollaremos
en posteriores investigaciones. En un informe[3]
sobre el control de la población, se afirmaba que los países desarrollados o
industrializados -entre los que se mencionaban Gran Bretaña, Holanda, Bélgica-
los ciudadanos no eran controlados en su natalidad, de hecho manifestaban un
desequilibrio entre la cantidad de habitantes y los recursos disponibles para
cada uno, mientras que en China sí es controlada la natalidad.
Ahora bien desde una mirada epifenoménica se
podría concluir que los países desarrollados conceden libertad sexual a sus
habitantes, ellos serían responsables de las consecuencias de sus actos, pero
si profundizáramos un poco tal vez podamos ver con detalle que en la cultura
occidental esa libertad tiene una gran carga reproductiva, ya sea a través de
planes de estudio o por transferencia cultural, y el erotismo en la cultura oriental? Si bien
es cierto que esa natalidad es controlada, ¿cuál será la dinámica sexual entre
los sujetos “controlados”?, ¿tendrán conciencia erótica los habitantes de un
país con control de su natalidad?, tal vez ese control estimule el erotismo, el
amor, la imaginación como aspectos propios de la dinámica presente en los actos
sexuales
3.
Lo erótico como “necesidad subjetiva”
En el erotismo es importante tener claro que
el deseo es el detonante de la acción humana. A través de él, satisfacemos el
ansia que tiene presencia en lo no agradable. El deseo es un puente entre un
estado no ideal de la existencia y un estado anhelado de perfección
vital-subjetiva. “Desear es pretender algo con ímpetu y fogosidad, con un
enorme interés que nos lleva a su conocimiento, deleite o pertenencia” (Rojas,
2004: 21). La necesidad subjetiva tiene existencia en el deseo, ella “está
orientada hacia lo subjetivo, al deseo del individuo de alcanzar algo, de
suplir una carencia. Y aun cuando crea su sistema de referencia abocado a
expresar un real, también tiene un lenguaje simbólico que revela lo
inconsciente” (Hernández, 2013: 127), en este sentido expresar desde las
profundidades del interior todo aquello que se constituya en un deseo es una de
las libertades que puede tener el sujeto, sin embargo, el discurso erótico, el
discurso del deseo está negado socialmente, pero si tenemos certeza de que existe
una naturaleza humana, entonces debemos tener certeza de que tiene como
principal movimiento el deseo.
El erotismo tiene su expresión en el espacio
de lo íntimo, “es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión al ser”
(Bataille, 1997: 33). Durante años, el discurso religioso ha intentado borrar
las huellas naturales del erotismo como experiencia interior subjetivada,
trabajo que no ha sido fácil, pues el erotismo
le permite al sujeto vivir una experiencia interior que le permita tejer
una red intersubjetiva a partir de sí mismo. Es por esto que “la experiencia
interior del erotismo requiere de quien la realiza una sensibilidad no menor a
la angustia que funda lo prohibido” (Ibid. p. 43). De esta manera se habla de
experiencia interior cuando el sujeto toma conciencia de su presencia como ser
enunciante del mundo interior y del exterior, para que sea a partir de esa
fiducia subjetiva, donde se produzcan una red intersubjetiva entre las acciones
humanas que se observan en los espacios público, privado e íntimo.
El erotismo como necesidad subjetiva devela
una posibilidad de subjetivar los espacios para destruir los cimientos de las
prohibiciones anuladoras de la subjetividad y plantear la reconstrucción de su
mundo desde su posicionalidad para así darle sentido dentro de la pluralidad de
sentidos que hoy pudieran configurar al individuo.
4.
Conclusiones
Reconocemos el carácter influenciante que
tiene la cultura como arquitectura sensible, el doble sentido hace parte de la
dinámica entre el texto y el contexto. Ciertamente el sujeto enunciante visto
como un texto desde la ontosemiótica, es configurado por la cultura que lo
contiene pero de igual manera ese sujeto tiene ciertas influencias dentro de la
cultura para signar con ello una relación dialógica.
El erotismo como experiencia interior, está
determinado por movimientos internos causados
por el deseo, movimientos violentos que dibujan la sexualidad humana y la
convierten en el motor que enciende y devela la vida interior para que a partir
de allí se posibiliten todas las oportunidades de comunicación con el espacio
exterior, con ese mundo que se encuentra fuera del individuo pero que
definitivamente no podemos invisibilizar.
Tal vez, el propósito de lograr la unidad del
doble sujeto no esté ubicada en el mundo de lo imposible, ser uno significaría
reconocer al otro como un igual. Pero lo más importante es conceder especial
atención a la posibilidad reconciliar al sujeto doble en uno, romper los
cimientos que propiciaron su fragmentación y lo desarticularon del mundo
interno y externo. Desdibujar las fronteras entre ambos mundos y unirlas en la
intención de hacer un espacio de libertad, donde la expresión de los
sentimientos se haga sin tabúes, sin temores a que los sujetos sean expulsados
de sí.
5.
Lista de Referencias Bibliográficas
Bataille,
G. (1997). El Erotismo. TusQuets Editores. Barcelona,
España
Coetzee, M. (2007). Contra la censura. Editorial Random
House Mondadori: Caracas.
Hernández, L. (2013). Hermenéutica y Semiosis en la red intersubjetiva de la
nostalgia. Vicerrectorado Administrativo de la ULA-Mérida, Venezuela.
_
_ _ _ _ _ _ _ _ (2013)La cultura como
arquitectura sensible. Universidad de Los Andes.
_
_ _ _ _ _ _ _ _ El discurso literario y las
nociones de hipertextualidad. Universidad de Los Andes.
_
_ _ _ _ _ _ _ _ La corpohistoria y las
relaciones sígnicas de la cultura. Universidad de Los Andes.
Paz, O. (1994). La llama doble, amor y erotismo.
Editorial Seix Barral, S.A.: México
Rojas, E. (2004). Los
lenguajes del deseo, claves para orientarse en el laberinto de las pasiones.
Editorial Planeta. México DF.
[1]
Espacio utilizado desde la
idea propuesta por Luis Hernández al
que le asocia una relación
intrasubjetiva e intersubjetiva, y lo hace a partir de la nostalgia a la que
asigna una “Movilidad interior desde su función simbólica, una forma de
posesión de nuestra intimidad, y paralelamente, manifestación de la revuelta
íntima, del yo enunciante al constituir una lógica de sentido a través de la
subjetividad y su incorporación al discurso a través de la
imaginación-ensoñación” (Hernández, 2013: 62)
[2]
Concepción expresa por Luis
J. Hernández en su teoría sobre la
semiótica de la afectividad-subjetividad la cual busca siempre: “considerar al
individuo como texto, y a partir de ese acercamiento, intentar realizar un
cartograma simbólico desde la arquitectura sensible. En este sentido, propugnar
por la semiosis representada por la circulación sensible de los símbolos y su prolongación
en isotopías culturales que interactúan dentro de la semiosfera” (Ibid.: 56)
[3]
Informe de las Naciones Unidas sobre la población, publicado el 15 de julio de
1978 en el diario El País. Ver: http://elpais.com/diario/1978/07/15/sociedad/269301609_850215.html
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